El viernes por la noche, la pijamada de mis hijas con sus primos. Decido apostar: propongo La furia de Drácula. Yo hago de chupasangre y la gentuza (12 – 10 – 9 y 7 años respectivamente) tiene la dura tarea de eliminarme (apoyada por Federica, mi mujer).
Me prometo no ser demasiado competitivo como vampiro, jugando más en el modo maestro que como oponente. Le explico lo mínimo necesario para mover a los cazadores y nos vamos.

No hace falta decir que las primeras rondas son un poco “en vano, con movimientos inconclusos por parte de los niños … Pero tampoco pasa nada, así contribuyo a aumentar su ansiedad. Finalmente, un cazador tropieza con un encuentro en un pueblo: un ladrón que les roba algunas cosas pero, al menos, hay un rastro para reconstruir mi ruta. Entonces ocurre que Verónica, mi segunda hija, moviéndose un poco al azar, resulta estar justo donde está Drácula… ¡Y por la noche! Después de haberles advertido bien sobre el peligro de Drácula durante las horas de oscuridad, la cara de mi niña hace una mueca que parece la de un Wile el coyote cuando está a punto de ser atropellado por un camión. Los demás intentan animarla pero ella está aterrada, quiere explicar que es un juego; ella es así: los demás mueven a los hombrecitos, ella entra en el juego. Lo bueno es que mete todo el culo en el juego…. suerte. Trato de hipnotizarla, ella saca la ceniza. Yo saco un 5 y ella un 6, lo que me da una rotunda primicia que me quita 5 puntos de vida. La mesa estalla en gritos de alegría, Patrizio (el hijo de 3 años) que estaba durmiendo, estalla en gritos de miedo por los gritos de alegría, yo estallo en gritos de reproche y Federica en gritos de miedo por la suma de los gritos de alegría en una reinterpretación muy personal de “En la feria del este”… 10 minutos de descanso. El juego se reanuda después de que Patrizio se vuelva a dormir. La mirada de Federica es elocuente, si esto vuelve a suceder la mesa verá mucha más sangre de la que Drácula ha visto en toda su carrera.

Hago retroceder al Conde en forma de murciélago y luego me aseguro de producir un nuevo vampiro, acercándome a mi condición de victoria. Lástima que se acerquen las once de la noche, hora en la que se supone que la prole se va a dormir; los pequeños empiezan a dar señales de abandono y el tiempo se agota, Federica, con una mirada, me telegrafía “¡Tú también aprieta!”.
Trato de terminar el juego hacia un enfrentamiento final, orbitando a los cazadores. Lucrezia, mi grande, me encuentra y me llena de daño con una salva de balas benditas. Tengo que correr porque es de día, no quiero atacar haciendo evidente que quiero acabar con el juego vendiendo mi piel, lo entenderían y no lo apreciarían. Mi ruta se reconstruye y, de nuevo, ocurre que el jugador más cercano que podría hacerme cerrar la partida es Verónica. Pero Verónica, a pesar de que Mina Harker estaba cargada de objetos que ni siquiera Rambo, no quiere saber nada y trata de desviar la atención hacia otro lado. Federica la convence de que se dirija a la única posición plausible en la que Drácula se ha retirado y el enfrentamiento se abre… y se cierra rápidamente: ¡primero, es de día! Y además… hay una razón por la que prefiero a los alemanes antes que a los americanos: tengo demasiada mala suerte con los dados. Drácula cae, empalado una vez más, en una exaltación que es acatada y contenida por la severa mirada de mi esposa.

Se manda a los hijos a la cama. Son las 11 de la noche. Dos horas de juego y todos han aguantado, encantados. Sonrío, porque en realidad he ganado más que ellos, habiéndoles inculcado algo más de esta pasión venenosa.
Al margen, tuve la confirmación de mi idea: La furia de Drácula es un título excelente para proponer a los niños. Las reglas que tienen que aprender son relativamente pocas, se aprenden de inmediato; basta con que el juego sea jugado por el jugador-Drácula, moviendo la cuenta a una fracción de su potencial. Ya habrá tiempo para que el vampiro utilice todos sus poderes, pero este no era el lugar; esta vez tenía una tarea superior.